Ir al contenido

EL FASCISMO Y EL LIBERALISMO

Históricamente el liberalismo y el fascismo han estado muy emparentados. En realidad, el fascismo es una respuesta al fracaso liberal de finales del siglo XIX y principios del XX.

El liberalismo propugna los famosos derechos y libertades individuales. Estos son respuesta a la exclusión que vivían los burgueses en el Antiguo Régimen. Sin embargo, estas libertades tocan techo cuando prevalece la propiedad privada por encima de las otras que dicen preservar.


Lo único que defiende el liberalismo, al igual que el fascismo, es el interés del gran capital, su misión político-ideológica es salvaguardar la propiedad de los burgueses capitalistas. Para ello existe la ley, la represión violenta y la cárcel.

En resumen, el liberalismo es una ideología de clase burguesa que solo aplican para sí mismos. Los famosos ideales de libertad e igualdad no incluyen a otros. En síntesis, todos son iguales, pero hay unos más iguales que otros.

La construcción ideológica de falsos antagonismos entre el liberalismo y el fascismo sirve para diversos propósitos dentro del campo capitalista. Históricamente el liberalismo y el fascismo han estado muy emparentados.

"Los intelectuales tienden un velo sobre el carácter dictatorial de la democracia burguesa al presentarla como el absoluto opuesto del fascismo y no como otra fase natural del mismo en el que la dictadura burguesa se revela de modo más abierto”. Bertolt Brecht

Si prestamos atención a las políticas económicas del fascismo italiano, especialmente durante la década de 1920, podemos ver cómo algunas combinaciones típicas tanto del siglo pasado como del nuestro se experimentaron ya en los primeros años del gobierno de Benito Mussolini.

Un ejemplo es la asociación entre austeridad y tecnocracia. Por “tecnocracia” me refiero al fenómeno por el que ciertas políticas habituales hoy en día (como los recortes del gasto social, la fiscalidad regresiva, la deflación monetaria, las privatizaciones y las represiones salariales) son decididas por expertos económicos que asesoran a los gobiernos o, incluso, toman directamente las riendas ellos mismos.


Mussolini fue uno de los mayores defensores de la austeridad en su forma moderna. Esto se debió, en gran parte, a que se rodeó de los economistas plenamente defensores de la economía de mercado. 

Poco más de un mes después de la Marcha de los fascistas italianos sobre Roma, en octubre de 1922, los votos parlamentarios del Partido Nacional Fascista, el Partido Liberal y el Partido Popular (un partido católico predecesor de la Democracia Cristiana) introdujeron el llamado “periodo de plenos poderes”. Con ello, concedieron una autoridad sin precedentes al ministro de Economía de Mussolini, el economista Alberto de Stefani y sus asesores técnicos.

Desde las páginas de The Economist, Luigi Einaudi — celebrado como campeón del antifascismo liberal y, en 1948, primer presidente de la república democrática italiana de posguerra— acogió con entusiasmo el giro autoritario.

“Nunca un Parlamento confió al Ejecutivo un poder tan absoluto […] La renuncia del Parlamento a todos sus poderes durante un período tan largo fue recibida con vítores generales. Los italianos estaban hartos de habladores y de ejecutivos débiles“, escribió en diciembre de 1922.

El 28 de octubre, en vísperas de la Marcha fascista sobre Roma, había declarado: “Italia necesita al frente un hombre capaz de decir No a todas las peticiones de nuevos gastos“.

Las esperanzas de Einaudi y sus colegas se cumplieron. El régimen de Mussolini puso en marcha audaces reformas que promovían la austeridad fiscal, monetaria e industrial.

Estos cambios funcionaron al unísono para imponer duros esfuerzos y sacrificios a las clases trabajadoras y asegurar la reanudación del orden capitalista.

Entre las reformas que consiguieron acallar cualquier impulso de cambio social, podemos mencionar la drástica reducción de los gastos sociales, los despidos de funcionarios (más de sesenta y cinco mil sólo en 1923) y el aumento de los impuestos sobre el consumo (el IVA de la época, regresivo porque lo pagaban principalmente los pobres). Todo ello junto a la eliminación del impuesto progresivo sobre las herencias, así como de una oleada de privatizaciones.

Además, el Estado fascista aplicó leyes laborales coercitivas que redujeron drásticamente los salarios y prohibieron los sindicatos. La derrota final de las aspiraciones de los trabajadores llegó con la Carta del Trabajo de 1927, que cerró cualquier vía de conflicto de clase.

En resumen, en un momento en el que la mayoría de los ciudadanos italianos exigían grandes cambios sociales, los liberales requerían del fascismo para imponer su modelo político y económico.

Identificarse dejar un comentario